De la hospitalidad al rechazo: Ciudad de México ante la encrucijada de la gentrificación y la xenofobia
Durante décadas, Ciudad de México ha sido un territorio de acogida, tránsito y refugio. Más allá de su tamaño o su caos, la capital se ha definido por su capacidad para integrar y abrazar la diversidad. Comunidades migrantes -nacionales e internacionales- han llegado a rehacer sus vidas y, en el proceso, han contribuido a enriquecer el tejido cultural, social y económico de la ciudad.
Sin embargo, esa vocación hospitalaria parece hoy resquebrajarse.
Los días 4 y 5 de julio, una serie de manifestaciones antigentrificación tomaron las calles de colonias como Roma, Condesa e Hipódromo.
Entre consignas y pintas, resonaron frases como: “¡Gringos, go home!”, “Mi barrio no se vende”, “La gentrificación no es progreso, es despojo”, “Vivienda para vivir, no para invertir”.
Estas expresiones reflejan el creciente hartazgo de quienes han visto cómo sus barrios se transforman en zonas de alto costo, inaccesibles para los residentes históricos.
Los precios se disparan, los vínculos comunitarios se disuelven, y la vida cotidiana cede paso al turismo, los nómadas digitales y una nueva clase media-alta global.
Este malestar no es infundado. La gentrificación ha tenido efectos devastadores: ha desplazado familias, erosionado la vida barrial y profundizado la desigualdad.
Pero preocupa el rumbo que comienza a tomar esa rabia: en lugar de dirigirse hacia los grandes desarrolladores o plataformas inmobiliarias, se canaliza contra los extranjeros que han llegado a habitar la ciudad.
Una encuesta de El Financiero (mayo, 2025), conducida por Alejandro Moreno, revela datos alarmantes:
- 51 por ciento de los capitalinos cree que la presencia de personas extranjeras perjudica a la ciudad.
- 45 por ciento se opone a que vivan en ella.
- 46 por ciento rechaza que abran negocios.
- Sólo el 42 por ciento valora positivamente su presencia, aunque un 49 por ciento aprueba que se casen con mexicanos.
Estos porcentajes revelan un cambio de clima social: de la hospitalidad a la desconfianza, del mestizaje al rechazo.
Culpar a los extranjeros por el encarecimiento urbano es una simplificación peligrosa. No son ellos quienes provocan la crisis habitacional, sino un modelo urbano que prioriza la plusvalía por encima del bienestar común.
Es la especulación inmobiliaria, la falta de regulación, y la ausencia de políticas que garanticen el derecho a la ciudad lo que está expulsando a los habitantes tradicionales.
Sin embargo, en lugar de señalar a los verdaderos responsables, parte del malestar se vuelca hacia los más visibles: los extranjeros, especialmente estadounidenses, convertidos en chivos expiatorios de un proceso estructural.
Paradójicamente, se adopta un discurso nacionalista que recuerda al de Trump, y que reproduce las mismas lógicas excluyentes que históricamente han dañado a los propios migrantes mexicanos en el extranjero.
Resulta aún más inquietante que este discurso comience a calar entre sectores jóvenes. En lugar de cuestionar el sistema económico y urbano que mercantiliza el espacio, algunos reproducen prejuicios que etiquetan al extranjero como invasor, sin ver que él también puede ser víctima del mismo modelo.
Esto no significa ignorar los efectos negativos de la gentrificación. Es urgente repensar la ciudad:
- Regular plataformas como Airbnb.
- Establecer límites a la especulación.
- Garantizar vivienda asequible.
- Proteger a las comunidades locales.
Pero esa lucha debe dirigirse al sistema, no a las personas. Porque muchos de esos extranjeros, al igual que los capitalinos, sólo buscan un lugar digno donde vivir.
La Ciudad de México está en una encrucijada. Puede ceder al prejuicio o reafirmarse como una ciudad abierta, justa e intercultural.
Lo que está en juego no es sólo el precio del metro cuadrado, sino la posibilidad de construir una comunidad basada en la empatía, la justicia social y el derecho al territorio.
Frente al despojo, organización. Y frente a la xenofobia, humanidad.