(Tercer y último episodio)
Al volver a casa, encontré a varias amigas que llegaron con regalos en mano, creyendo que tenía fiesta. Nunca les avisaron que se había suspendido.
Mi esposo fue a representarme en mi consulta con la Doctora, que me ordenó una serie de estudios y me dio cita para la próxima semana. Espero salir bien y arrancar mis temores como se arrancan las malas hierbas de un rosal.
Mientras tanto, en casa empezó el desfile de celebridades familiares, pasando por el pasillo largo, haciendo reverencias y caravanas.
Nos juntamos los seis hermanos con nuestras respectivas parejas a disfrutar de sushi, ceviche, pastel, deliciosos raspados de ciruela con leche para aminorar el calor, nieve, fruta picada y buñuelos, todos como manjares colocados al centro de la mesa.
En pocos minutos el alboroto asemejaba a la Torre de Babel. Mi cabeza hervía como un volcán a punto de hacer erupción, no entendía, no sabía que estaba pasando sólo sentía un atolondramiento feliz y muy cerca el respirar de otros derrochando calidez.
La comunicación caótica terminó siendo maravillosa; estuve rodeada de amor y esos instantes distractores e inconvenientes le robaban al tiempo en la escalera de la vida los primeros minutos de mis setenta años.
Elena, mi hija adoptiva, dice que los contratiempos vividos este día de mi cumple, tienen una explicación astral: “Es que es temporada de Mercurio Retrógrado, eso entorpece la comunicación”. ¡Vaya, de manera que eso era! Y justo ocurrió en mi signo, que es Leo y el día 30 de julio.