El gran don que Jesús les transmitió a sus discípulos fue la paz: “Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo” (Jn 14,27). Lógicamente, esta paz es fruto del amor: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado”, (Jn 13,34).
Conviene especificar que Jesús no convirtió a sus discípulos en expertos en temas o cuestiones de paz, sino en testigos del amor y de la paz. Es decir, no los capacitó para transformarlos en pacificadores, sino en hombres pacíficos, lo cual es una gran diferencia, como subrayó Josep Esquirol en su libro Humano, más humano:
“La paz es algo que brota del corazón. De ahí que la atención esté puesta no tanto en la figura del pacificador como en la del pacífico. En realidad, sólo quien es verdaderamente pacífico puede pacificar. Sólo el pacífico transmite la paz. Y hoy, en cambio, hablamos demasiado de pacificación, de expertos y de técnicas para pacificar, y demasiado poco de personas pacíficas. Un síntoma más de la prioridad que damos a los instrumentos externos y a las mediaciones técnicas por encima de lo que más importa, que es la manera de ser”.
Esquirol remarcó: “Y a buen seguro se requiere más fuerza de espíritu para llegar a ser pacífico que para ser dominador. Lo más fácil es juzgar, lo más difícil, abstenerse de hacerlo. La mejor técnica para la mediación es ser un hombre de paz, un hombre de buen corazón. El testimonio de esta bondad infundirá respeto y difundirá paz”.
¿Soy pacífico o pacificador? ¿Privilegio la técnica o el corazón?