‘México hace lo que nosotros decimos que haga’

16/08/2025 04:02
    Frente al ‘nuevo enemigo’, el Gobierno estadounidense asumió el papel de salvador en una cruzada antidroga global. Esta nueva estrategia otorgó argumentos frescos para fortalecer los imperativos de la Seguridad Nacional de Estados Unidos, en su vieja aspiración de controlar y ejercer dominio geopolítico con el fin de apropiarse de potenciales recursos naturales estratégicos.

    Esa es una frase arrogante y cínica de Donald Trump. La dijo en la mañana del jueves 14 de este mes. Pero, ¿qué tan cierta es?

    La anterior declaración fue precedida de la nota de The New York Times donde se revela que en el gobierno del hombre naranja hay planes de intervenir militarmente en aquellos lugares donde haya amenazas a la seguridad nacional de Estados Unidos. Uno de ellos es México, debido al poderío de las organizaciones criminales. No hay que ser mago para adivinarlo.

    Lo cierto es que esos planes no son nada novedosos. Estados Unidos se ha planteado el escenario de invadir México desde hace varias décadas, aún antes de que se definiera como terroristas a los cárteles mexicanos de la droga. La redefinición más reciente del potencial intervencionismo militar estadounidense en América Latina se reelaboró después de loa atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono, en Washington, D.C., pero sus líneas centrales se habían establecido poco después del fin de la Guerra Fría al caer el Muro de Berlín en 1989, y desaparecer la Unión Soviética en 1991, cuando Estados Unidos sustituyó el eje doctrinario de la lucha contra el comunismo -hoy parcialmente retomada por Trump- y adoptó la nueva política de seguridad en la modalidad de la “guerra contra las drogas”, la cual internamente ya había sido firmada por Richard Nixon a principios de los 70.

    A partir de entonces el nuevo “enemigo global” sería el crimen organizado, particularmente el latinoamericano, primero colombiano y ahora mexicano. Frente al “nuevo enemigo”, el Gobierno estadounidense asumió el papel de salvador en una cruzada antidroga global. Esta nueva estrategia otorgó argumentos frescos para fortalecer los imperativos de la Seguridad Nacional de Estados Unidos, en su vieja aspiración de controlar y ejercer dominio geopolítico con el fin de apropiarse de potenciales recursos naturales estratégicos. Con la tesis de que el narcotráfico y el crimen organizado transnacional desestabilizaba países, se elaboró la teoría de “estados fallidos”, clave para justificar las llamadas intervenciones humanitarias o militares en varios países de América Latina.

    Si lo anterior no es suficientemente sólido para decir que, efectivamente, Trump tiene planes para intervenir militarmente en nuestro territorio, habría que decir que no hay país en la tierra que haya sido intervenido tantas veces, aun antes de 1847, incluyendo varias invasiones, como México por Estados Unidos.

    Sobre estas lecciones de la historia escribió Gastón García Cantú en un libro clásico sobre el tema:

    “Dos actitudes se desprenden de la experiencia del pasado: la que afirma que nuestra sobrevivencia nacional depende del acatamiento de cuanto demandan de México los norteamericanos, procurando en las situaciones menos adversas reducirlas mediante transacciones, o la que rechaza toda forma de intervención. La primera actitud ha elaborado la teoría de la dependencia, desde quienes juzgaron inevitable la expansión territorial hasta quienes pregonan que, sin las inversiones norteamericanas, será imposible el desenvolvimiento del país; la conducta contraria postula que no sólo es necesario resistir las exigencias de los Estados Unidos sino que de su rechazo depende, precisamente, el desarrollo independiente de México”. (Las Invasiones norteamericanas en México, p.190).

    El transcurrir de los años, sobre todo de los más recientes, digamos de la firma del TLC en 1994 a la fecha, nos demuestran que la primera hipótesis de la que habla García Cantú es la que se ha impuesto en la realidad: México es cada vez más dependiente de Estados Unidos y como correlato de ello, la Casa Blanca es cada vez más injerencista en nuestro País. Los márgenes de maniobra de México se han reducido en varios campos, incluso en el terreno político. En la actualidad, el crimen organizado ha crecido tanto que, en efecto, ya no es tan sólo un argumento ideológico y pretexto de Estados Unidos para intervenir en México y otras naciones latinoamericanas, sino que la influencia política narca es una realidad al interior del sistema, al margen de qué partido esté en el poder.

    Los Estados Unidos pueden convivir perfectamente con dictaduras y gobiernos corruptos influidos por el narco, si esas realidades no afectan la estabilidad de su sociedad y sistema político; pero, si tienen la necesidad, como ahora Trump, de demostrarle a su base social de apoyo, que está combatiendo a los narcos mexicanos que trafican drogas a su país, no tan sólo mantiene un recurrente discurso contra los criminales y acusa al Gobierno Mexicano de protegerlos, sino que está decidido a intervenir militarmente, así sea sin tropas o sólo con acciones punitivas puntuales.

    Por lo pronto, presume con lujo de arrogancia imperial que, en esa materia y otras, México -y también Canadá- hace lo que él les ordena. Por lo pronto, en la entrega de capos de la droga eso ha sido cierto en dos ocasiones y, seguramente, habrá más.

    Pero lo más trágico es que tales hechos no son meras debilidades de los gobiernos de Morena sino del Estado mexicano, independientemente de qué gobierno y signo partidario lo presida.