Me puse a ver MobLand (Paramount) por interés y respeto al trabajo de Guy Ritchie, excelente cineasta cuyo universo barriobajero sorprendió a fines de los 90, pero no pude evitar sentir que la premisa de la serie es demostrar que los ricos británicos son igual de pastosos y crueles que esos iracundos jonkis callejeros que, con tanto tino y tiento, Ritchie describió en sus otras películas y series.
Ya no recrea a los delincuentes hooligans de Londres compitiendo con los jamaiquinos de la droga, la mafia rusa emigrada o los abogados emergidos del llamado Londonistán. Aquí, en un ambiente muy de salón y Downton Abbey, pone a los muy sofisticados Pierce Brosnan y Helen Mirren a hablar lo mismo de mandar pedir el servicio del té que quejarse de “los mexicanos” y del fentanilo.
Sí: ya le arrebatamos su sitio a los colombianos y la mafia rusa en el inconsciente colectivo universal. Lo mexicano es lo chic en la pornodelincuencia de las series.
Algo que me destanteó fue que a media serie de repente uno de sus pistoleros se convierte en un James Bond que solito aniqula a una banda en Holanda, ¿es una tentación británica, tener siempre alguien así de poderoso o es una concesión al impaciente mercado gringo?
Y esto implica que ya el héroe no son el M1 o Scotland Yard, instituciones siempre aludidas con flemática elegancia en remotas producciones.
De darnos una cartografía impresionante de esas calles inglesas de ladrillo rojizo, ahora me parece que Guy Richie está concediendo demasiado a dicho invisible espectador gringo... no sé qué tanto le dañó su matrimonio con Madonna que le quitó lo cockney.
Chaplin y Alfred Hichtcook tambien eran de barriada londinense, pero al final de su vida en Hollywood se hicieron solemnes como el papá de la quinceañera al dar el brindis en la fiesta. Cuando un estadounidense quiere imitar en su idioma a un británico, en realidad imita a estos dos, porque por mucho tiempo fueron los únicos que veían en la tele.
Tiene lo suyo la serie, pero el género policial/mafia se está llenando de muchas convencionalidades previsibles, incluso cuando quieren sacudir la transmisión.
Además, el villano junior, tipo Game of Thrones, también ya irrita cuando se enfrenta a la hija descarriada-pero-buena del personaje principal, que ese sí es un malo-malo, pero que nunca deja de proteger a su familia, aunque tenga que incendiar de paso su propio ecosistema delincuencial.
Jugando con la cartelera disponible en las plataformas, me asomé y veo que, a diferencia de lo usual, esta ya no tiene la menor indicación que nos avise que está “inspirada en hechos reales” o “cualquier semejanza será mera coincidencia”. Los realizadores y dueños del canal no temen demandas y dejan que el espectador saque sus propias conclusiones.
No es Los Soprano ni The Wire. Menos “Lock Stock y el fentanilo con poncho”. (Urge poner de moda la palabra “sarape” para que ya no nos confundan con los aymaras de Los Andes y demás supervivientes de los estereotipos).
Ritchie: mejor te hubieras casado con David Bowie y seguido con el Punk Delincuente de bajo presupuesto.