Esta semana, el país entero fue testigo de un episodio que retrata con crudeza lo que se ha convertido en la política mexicana, un espectáculo grotesco más cercano al circo que al ejercicio democrático.
Dos senadores se liaron a empujones y puñetazos en el pleno del Senado, lo que debería ser un recinto de debate de altura, de ideas y visiones para el país, se transformó en un ring improvisado y lo más indignante no es solo la violencia en sí, sino que este espectáculo haya capturado la atención mediática y pública por encima de los temas de fondo que realmente importaban.
El Senado, ese espacio que alguna vez aspiró a la solemnidad, terminó reducido a un escenario circense donde lo que se premia no es la capacidad de argumentar, sino la fuerza bruta y el show.
Un camarógrafo resultó golpeado, las imágenes se hicieron virales y el país entero se enredó en un debate banal, quién lanzó el primer golpe, quién tiene la culpa, quién salió más lastimado.
Mientras tanto, lo sustantivo, la discusión sobre la soberanía nacional y la seguridad del país frente al narcotráfico y a los discursos de intervención extranjera, se perdió entre los memes y el morbo.
Lo ocurrido no es un hecho aislado, es la metáfora perfecta de cómo opera hoy la política en México y, en realidad, en buena parte del mundo, el espectáculo desplaza a las ideas, la testosterona sustituye al argumento, la pelea se vuelve trending topic mientras los grandes problemas quedan en segundo plano. No importan los homicidios, la violencia cotidiana, la precariedad laboral, la crisis climática o el futuro de millones de jóvenes, importa quién se peleó y quién ganó el round.
Los protagonistas, fieles a la lógica mediática, aprovecharon el pleito para alimentar su narrativa, Alito Moreno justificó su agresión diciendo que defendía a una senadora; Noroña, con su tono habitual, se victimizó y convirtió el golpe en símbolo político.
La Presidenta Claudia Sheinbaum, por su parte, no desaprovechó la oportunidad para señalar al PRI y al PAN como autoritarios, y Morena cerró filas con un discurso de unidad, cada quien buscó rentabilidad política de un espectáculo que nunca debió ocurrir, la política se reduce así a performance, a un acto teatral cuyo valor no se mide en soluciones, sino en “likes” y titulares.
Lo más grave, sin embargo, es el desvío de la discusión sustancial, el debate que precedió a la bronca giraba en torno a si México debía aceptar o rechazar la idea de una intervención militar estadounidense contra los cárteles, tras declaraciones irresponsables de la senadora Lilly Téllez en Fox News, un tema que toca fibras históricas de nuestra soberanía, que abre interrogantes serios sobre seguridad nacional, diplomacia y la capacidad del Estado mexicano para enfrentar la violencia. Ese era el debate que merecía ocupar las primeras planas y las sobremesas, pero no, la pelea de dos políticos terminó siendo el tema central, opacando lo que de verdad estaba en juego.
Esto revela un problema más profundo, hemos normalizado el espectáculo como lenguaje político, la oposición, debilitada en lo institucional, recurre al escándalo para hacerse visible, el oficialismo, seguro de su mayoría, responde reforzando su narrativa y la ciudadanía, atrapada entre la indignación y el entretenimiento, consume la política como si se tratara de un reality show. La consecuencia es devastadora, la política deja de ser un espacio para discutir el rumbo del país y se convierte en un entretenimiento barato que nos distrae de lo urgente.
No se trata solo de ética parlamentaria o de buenas maneras, se trata de la salud democrática, si los máximos representantes de la nación se comportan como rijosos en una cantina, ¿Qué mensaje envían a la sociedad? ¿Qué respeto puede inspirar una institución que convierte el recinto en ring? ¿Cómo exigir a los ciudadanos civismo, respeto a la ley y confianza en las instituciones si sus líderes predican lo contrario con el ejemplo?
Es aquí donde la indignación debe ir más allá del morbo mediático, no basta con reírnos de los memes ni escandalizarnos en redes sociales, la pregunta de fondo es si aceptamos una democracia reducida al circo o si exigimos algo distinto. Porque mientras celebramos o condenamos golpes, el país sigue enfrentando una ola de violencia, desigualdad y desafíos estructurales que requieren soluciones serias y debates de altura y nadie parece dispuesto a darlos.
Recuperar la política como espacio de ideas es tarea urgente, no se trata de idealizar un pasado inexistente, sino de asumir que la democracia requiere responsabilidad, debate y respeto, que el Senado vuelva a ser foro de propuestas, no de provocaciones, que la ciudadanía exija cuentas, sanciones claras y, sobre todo, que no deje que el espectáculo tape lo importante, porque si seguimos consumiendo política como circo, los políticos seguirán dándola como circo.
Al final, lo de esta semana no fue solo una bronca entre dos hombres con demasiadas cuentas pendientes, fue una señal de alarma sobre lo que hemos permitido que sea la política, un show que se roba la conversación mientras lo esencial queda en silencio.
Si esto es política, entonces que nos entreguen el circo ya montado, pero si queremos democracia, tenemos que empezar a exigir algo más que golpes y gritos, necesitamos ideas, soluciones y dignidad.
Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.
Es cuánto.