El humor como escape

15/07/2025 04:02
    El humor, más que una frivolidad, es una válvula, un mecanismo antiguo que los seres humanos inventamos no para negar el dolor, sino para hacerlo soportable, casi como quien silba en la oscuridad, no para espantar al monstruo, sino para recordarse que aún tiene voz.

    Hay días en que una carcajada a media jornada aparece como un salvavidas entre el correo sin responder, la economía tambaleante y el mundo ardiendo en las noticias. Reír, a veces, es una forma discreta de no explotar.

    El domingo tuve la fortuna de ver en vivo el show de Lucho Mellera, estábamos reunidos en el mismo salón unas mil 700 personas, me pareció impresionante ver cómo tanta gente podía congregarse frente a un escenario tan simple, un banco, un micrófono y una persona con algo que decir, me entusiasmó el poder que eso representa. Y, por supuesto, Lucho es consciente de ello, con eso arranca su monólogo, y deja salir esa mezcla de humor y lucidez que lo caracteriza. Pero no quiero hablar del guión que presentó, sino de lo que ocurrió después, de lo que reflexioné una vez que dejé de reír y pude repasar, con calma, lo que acababa de presenciar.

    El humor, más que una frivolidad, es una válvula, un mecanismo antiguo que los seres humanos inventamos no para negar el dolor, sino para hacerlo soportable, casi como quien silba en la oscuridad, no para espantar al monstruo, sino para recordarse que aún tiene voz.

    Freud decía que el chiste permite liberar energías reprimidas, y Viktor Frankl relataba cómo incluso en los campos de concentración, el humor era una tabla de salvación, un chispazo de humanidad entre las ruinas, una carcajada puede parecer insignificante, pero contiene un poder subversivo, reafirma que seguimos vivos, que algo en nosotros sigue intacto, que todavía lo roto nos deja funcionar.

    A veces el humor se disfraza de chiste tonto, de sarcasmo, de meme, otras veces es una carcajada profunda que nos arranca el aire, como si algo en el pecho se aflojara por fin. Es en esos momentos cuando comprendemos que reír no es lo opuesto a sufrir, sino una de las formas de habitar el dolor sin que este nos consuma. En México, el humor es parte del tejido cultural que sostiene lo que de otro modo sería insoportable, nos reímos de la muerte, de la política, del tráfico, del Gobierno, de nosotros mismos. Y no es porque no duela, es precisamente porque duele, y mucho.

    El albur, el doble sentido, el sarcasmo colectivo, son herramientas que, lejos de distraernos, nos ayudan a nombrar lo innombrable, a darle forma a lo que no sabemos cómo cargar.

    Los comediantes, en este País y en muchos otros, como en la Argentina de Lucho, no son simples bufones, son cronistas del absurdo, a veces críticos implacables, a veces traductores del caos. Comediantes como Lucho no sólo nos hacen reír, nos hacen vernos en el espejo. La Mafalda de Quino preguntaba con inocencia lo que el mundo adulto ya no se atrevía a decir, y Lucho convierte las neurosis cotidianas en una especie de mapa emocional que nos acompaña como un hermano mayor que ha vivido un poco más.

    Pero el humor no es siempre noble, también puede ser evasivo, cómodo, incluso cómplice del poder, cuando se convierte en un escudo para no sentir, o en un arma para burlarse del otro, se vacía de sentido. El cinismo disfrazado de comedia nos hace más fríos, no más libres. Por eso hay que saber distinguir entre reír para no morir... y reír para no sentir. Me encanta la regla que dice que el humor para que sea humor tiene que hacer reír a ambos lados.

    Vivimos tiempos donde la risa se ha vuelto más instantánea, pero también más hueca, el algoritmo nos sirve una dieta de chistes veloces, de carcajadas de tres segundos, pero ¿cuánto de ese humor realmente nos transforma o nos acompaña? ¿Cuánto nos permite mirar hacia dentro, y cuánto solo nos aparta del espejo? Reír es una forma de resistencia. Pero también puede ser una manera de postergar lo inevitable, como todo lo humano, es una herramienta, no es buena ni mala en sí misma, depende de cómo, cuándo y con quién se comparte.

    El humor es, en su mejor versión, un acto de ternura, una caricia disfrazada de burla, una mano extendida que dice, yo también me he sentido perdido, también me he equivocado, también lo he reclamado, pero mira, al menos nos reímos juntos. Y ahí hay algo profundamente humano en encontrar el punto débil del sistema, en burlarse de la autoridad, del jefe, del algoritmo, de uno mismo, es ahí donde aparece una libertad rara, pequeña pero valiosa, una grieta por donde se cuela el oxígeno, nos llena los pulmones, nos irriga sangre al corazón y nos mueve, nos esboza la sonrisa.

    Y quizá, al final del día, eso es lo que somos, seres que lloran, sí, pero que también ríen, que bailan mientras todo se cae, que se burlan del desastre porque, de algún modo extraño, saben que el desastre pasará... o al menos será más llevadero si lo compartimos con una carcajada. Reír, entonces, no es rendirse, es hacer espacio dentro del pecho para no estallar, es recordar que, incluso en la oscuridad, aún podemos silbar.

    Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.

    Es cuánto.