En el corazón de la Torre Académica de la Universidad Autónoma de Sinaloa, se encuentra la Rotonda de los Universitarios Ilustres: un memorial que rinde un homenaje perenne a aquellos hombres y mujeres que han pasado por la Casa Rosalina y que han dejado un legado histórico.
Este es un espacio simbólico que no debe entenderse como un simple recinto de bustos inmóviles, sino como un faro que nos guía a los universitarios: un recordatorio de que la universidad se forja con ideales, con convicciones y con ejemplos vivos que trascienden el bronce.
Entre todos los nombres inscritos en la memoria, hay dos que sobresalen y resplandecen con luz propia, ambos vinculados a la francmasonería sinaloense: Eustaquio Buelna Pérez y Rafael Buelna Tenorio. Dos liberales de generaciones distintas, pero con un mismo apellido que encarna la conjunción entre la inteligencia y la audacia.
Eustaquio Buelna, gobernador liberal, jurista y fundador del Liceo Rosales en 1873, sembró la semilla de lo que hoy conocemos como Universidad Autónoma de Sinaloa. Con su visión clara multiplicó las escuelas, llevando la educación a los rincones más apartados del estado.
Se dice que el mismo Eustaquio recorría personalmente las comunidades serranas para convencer a los padres de enviar a sus hijos a clases, con la firmeza de quien entendía que la educación era la mejor herencia que podía legarse al pueblo. Esa terquedad ilustrada es la que hoy todavía sostiene a la universidad pública frente a los retos de exclusión y desigualdad.
Su sobrino, Rafael Buelna Tenorio, conocido como El Granito de Oro, y mi personaje histórico favorito, fue la contraparte audaz de esa herencia. Estudiante del Colegio Civil Rosales, poeta y periodista, se convirtió en el general más joven de la Revolución Mexicana a los 19 años.
La vida de Rafael estuvo marcada por actos de valentía: enfrentó a tropas federales mucho mayores en número, y cuando le sugirieron retirarse, respondió que la causa de la libertad no permitía retrocesos. En Morelia, decidió perdonar la vida de un joven combatiente llamado Lázaro Cárdenas, mostrando que la audacia puede ir de la mano con la humanidad. Su trascendencia a los 33 años no detuvo su legado, sino que lo inmortalizó, y lo convirtió en héroe y ejemplo de entrega total a la justicia.
Hoy, El Granito de Oro se erige en bronce en el corazón del campus universitario, y en una postura gloriosa da la bienvenida a los hijos de los sinaloenses.
Eustaquio, con su inteligencia creadora, nos enseñó que las instituciones se levantan con visión y constancia. Rafael, con su audacia transformadora, nos enseñó que los ideales se defienden con valor y con la propia vida.
Ambos, juntos en la Rotonda, nos recuerdan que Sinaloa, como su Universidad, no sobrevive solo con ideas ni solo con acción, sino con la combinación de ambas: con acción y con inteligencia.
Hoy, cuando el estado enfrenta problemas de inseguridad, desigualdad y violencia, y cuando la UAS atraviesa una etapa de cuestionamientos políticos y financieros, debemos mirar a la Rotonda, lo cual es más que un acto de memoria: es un acto de orientación.
La inteligencia creadora de Eustaquio y la audacia valiente de Rafael son ejemplos vivos para una sociedad y para una universidad que necesita reafirmar su papel como espacio de libertad, democracia, pensamiento crítico y compromiso social.
Es cuanto....