Carta a mi hermano

26/08/2025 04:02
    Hermano, quiero decirte algo en esta última carta, en la vida que sí fue, me enseñaste lo que significaba levantarse aun cuando doliera... Ojalá hayas sido capaz de darte cuenta de cuánto valías, de lo mucho que fuiste amado y de lo infinito que serás extrañado.

    No sé a ciencia cierta si en la vida nos tocan más casualidades que causalidades. Lo que sí sé es que hay cosas que no se deciden, y hasta donde sabemos, uno no elige quién será su hermano o su hermana, así que supongo que la casualidad nos hizo hermanos hace ya 37 años.

    Tú llevabas 11 en este mundo cuando yo llegué, habías llegado antes a la vida, a la casa, a los brazos de mis papás, te tocó lo que parece otra historia, otra vida que a mí me fue negada y de la que sólo me llegaron fragmentos como anécdotas, a ti te tocó ser pionero en la familia, abrir camino, y a mí me tocó crecer con la certeza de que ya había un hermano mayor, fuerte, rebelde y único. Sé que mi llegada no fue fácil para ti; la vida decidió que fuéramos muy distintos, pero también decidió que tarde o temprano tú te encargarías de enseñarme a no serlo tanto.

    Yo crecí rodeado de amigos que contaban con recuerdos entrañables, sus papás les enseñaban a patear el balón, lanzar a la canasta, cachar o batear, yo no tuve esa fortuna, mi jefe estaba siempre trabajando, y el que me enseñó todo eso fuiste tú. Tú fuiste el que me llevó de la mano a ese mundo de la calle, del juego, de la vida misma, crecí admirando tu capacidad atlética, tu rebeldía, tu ingenio, tu memoria prodigiosa, tu manera de resolver lo imposible con un gesto de astucia, todo lo que se puede admirar en un guía lo encontré en ti, y nunca me decepcionaste, yo no era nada de eso, ni tan caballo, ni tan fuerte, ni tan vago, ni tan astuto, obviamente, ni tan grande como el Fierro, pero nunca tuve problema con eso, al contrario, me emocionaba la idea de algún día parecerme a ti.

    El destino, sin embargo, pareció ensañarse contigo. A ti te puso las cosas cuesta arriba mientras a mí la vida se me puso cuesta abajo, una lesión en el hombro derecho te negó la posibilidad de seguir tu pasión, el beisbol profesional, una artrosis de cadera te negó una vida normal, y más tarde, las complicaciones te fueron negando incluso la respiración, viviste 23 años con un dolor que la mayoría de nosotros ni siquiera podría imaginar, el martes que entraste al hospital yo estaba seguro de que saldrías el viernes, porque siempre fuiste fuerte, siempre fuiste el Fierro. El viernes llegó, sí, pero saliste de otra manera, no en camilla rumbo a casa, sino en espíritu, directo a lo eterno, y yo no podía creerlo. Todavía una parte de mí se niega, con todas sus fuerzas, a creerlo.

    No sé si lo supiste, pero estuve contigo toda la noche y la madrugada, te sostuve en tu último suspiro y cuando por fin se agotaron mis lágrimas y nos quedamos solos, pensé en muchas cosas, pensé en esa vida que todos vimos brillar en ti, llenaste estadios, los periódicos escribieron tu nombre, tu hija supo la clase de caballo que eras, recordé los homeruns, las veces que retiraste en segunda a los que intentaban robarte la base, y yo ahí, en las gradas, aplaudiendo orgulloso junto a tu familia y amigos. Sé que tú también pensaste en esa vida, esa que merecías, esa que soñaste, esa que no fue.

    Pero, hermano, quiero decirte algo en esta última carta, en la vida que sí fue, me enseñaste lo que significaba levantarse aun cuando doliera, me enseñaste lo que es amar a un hijo más que a uno mismo, me enseñaste a cuidar de los demás incluso cuando no podías contigo, me enseñaste a mantenerte estoico, a convencerte de hacer lo correcto aunque costara el doble. Ojalá hayas sido capaz de darte cuenta de cuánto valías, de lo mucho que fuiste amado y de lo infinito que serás extrañado.

    Hoy, mientras escribo, me detengo a pensar que la vida puede ser injusta, pero también es generosa, porque me dio a ti como hermano, y eso basta para llenar cualquier vacío. Ojalá que en el otro cielo, en lo eterno, volvamos a encontrarnos y pueda seguir siendo tu hermano, y si no fuera así, con esta única vida me alcanza para decirte que fuiste el mejor, siempre el mejor.

    Hermano, gracias por enseñarme a jugar, a resistir, a amar y a luchar, gracias por mostrarme, con tu ejemplo, que el dolor no apaga la grandeza y que la adversidad no borra la huella de un caballo que siempre corrió con fuerza hasta el último aliento, te escribo con la esperanza de que estas palabras viajen donde tú estés, con la gratitud de quien tuvo la fortuna de acompañarte, y con el amor eterno de tu hermano pequeño, que siempre, siempre, quiso ser como tú.

    Descansa en paz.