Balzac y el origen de la novela moderna

EL OCTAVO DÍA
17/08/2025 04:02
    Balzac era prisionero de su género y éxito: le pagaban por página, la necesaria desmesura del folletín, esa novela por entregas tan adictiva como las series actuales, creó una condición que afecta a ratos a otros grandes como Víctor Hugo, Julio Verne, Dumas y otros que, porque no tenían esos defectos ‘a ratos’.

    Por estos días veraniegos de lecturas y relecturas, me puse a leer un poco sobre Honoré de Balzac, uno de los más caudalosos narradores y que logró hacerse de buenos caudales económicos a base de escribir y escribir en largas sentadas.

    Balzac fue una figura fundamental de la segunda parte del Siglo 19 francés, lo cual en esa época equivalía a todo el mundo. Una figura firme como sus contemporáneos Víctor Hugo y Emilio Zolá, padre de la escritura moderna.

    Sobre el origen de la novela moderna, la novelista neoyorquina Edith Wharton inicia uno de sus ensayos sobre el tema con esta opinión contundente:

    “Por la comodidad que suponen las clasificaciones, se puede decir que la novela psicológica nació en Francia, la novela costumbrista en Inglaterra, y que de su unión en el glorioso cerebro de Balzac surgió esa extraña y camaleónica criatura, la novela moderna, que cambia de forma y de color en función del tema elegido en cada caso.

    Para Edith Wharton, quien vivió de 1862 a 1937 -publicó en 1920 su magistral “La edad de la inocencia”, llevada al cine por Martín Scorsese- Balzac era el gran genio de la novela en el mundo y el amplio registro y volumen no dejaba brillar a Flaubert y Zolá, aunque en la época de este ensayo, la dama Wharton ya había anotado la grandeza del entonces novísimo Marcel Proust.

    Pero ya un contemporáneo suyo, diestro novelista moderno que murió relativamente joven antes de darnos su obra de madurez, había vistos las correas del corsé del genio francés: Robert Louis Stevenson.

    “Balzac es una especie de Shakespeare balbuceante, aplastado bajo un exceso de detalles forzados pero débiles. Es asombroso comprobar lo malo que puede ser a veces, y lo falso, y lo tedioso; pero también, por supuesto, lo soberbio y poderoso que puede ser en cuanto se abandona a su temperamento.

    “¡Pero incluso entonces, nunca es simple ni claro! No podía dejar nada sobreentendido, y por ello terminaba a menudo hundiéndose bajo una profusión de accesorios incongruentes. ¡Ah, Dios mío! ¡No hay más que un solo arte, el arte de omitir! ¡Oh, de poseer únicamente el arte de cortar, no ambicionaría ningún otro don! Un escritor que supiera cómo cortar podría transformar cualquier gaceta cotidiana en una epopeya homérica”. (Fin de la cita)

    Balzac era prisionero de su género y éxito: le pagaban por página, la necesaria desmesura del folletín, esa novela por entregas tan adictiva como las series actuales, creó una condición que afecta a ratos a otros grandes como Víctor Hugo, Julio Verne, Dumas y otros que, porque no tenían esos defectos “a ratos”, sucumbieron al olvido.

    Hablamos del tiempo que las novelas se publicaban por episodios en revistas y periódicos con tanta fruición como “Los ricos también lloran” en la tele o “El derecho de nacer” en la radio de los 50.

    Aunque de las novelas de Balzac hoy solo se lee “La piel de zapa” y algunos textos de su mosaico “La comedia humana”, su obra de repente da flashazos inesperados. Por ejemplo, está de moda una serie italiana basada en su novela “El paraíso de los señores”, que trata un tema muy actual. Los enredos amorosos y roces de comportamiento entre los empleados de un ampuloso almacén de ropa; algo que hoy puede verse en Liverpool, Macy’s o Galerías Lafayette.

    Y como le suele pasar a no pocos escritores cuando una obra suya vieja de repente se mueve, no he encontrado ninguna edición disponible en físico de esa novela de señoritas guapas que trabajan y son acosados por clientes, señoras envidiosas y jefes de prominente abdomen y bigotes de villano.

    Stefan Zweig, novelista más moderno que Wharton y que murió en Brasil en 1944, hacía otro corte de caja de tres grandes novelistas afirmando en una cita que vale la pena retomar:

    “Los héroes de Balzac son ambiciosos y dominantes, arden en deseos vehementes de poder. Nada les basta, son todos insaciables, todos son a la vez conquistadores del mundo, revolucionarios, anarquistas y tiranos.

    “El héroe de Balzac quiere someter al mundo, el de Dostoievski, vencerlo. Ambos tienden a ir más allá de lo cotidiano, se dirigen como una flecha al infinito. Los personajes de Dickens, por el contrario, son comedidos. Dios mío, ¿qué quieren? Los ideales del mundo de Dickens se han contagiado de la palidez del mundo en que vive”.

    (Fin de la cita, pero no es el fin de la historia. Leamos a Balzac o cualquier novelista que nos mueva de repente.)